jueves, 1 de octubre de 2009

Multiforme

a. Años después conocí a Renata. Mis tíos tardaron poco tiempo en hacerme notar sus atributos físicos. Los noté, pero no con ese curvilíneo énfasis que los tíos agregaron. Nadie entraba al cuarto de mi padre. Ni siquiera para limpiar. El asesinato de mi padre quedó sin resolverse, como era de esperarse. Renata me escuchaba mientras hablaba por horas acerca del carácter frío del licenciado y lo poco que lo extrañábamos. Mis monólogos transcurrían por horas mientras el mercado de la Portales con sus productos baratos se encargaba de darle un beso de despedida al tiempo, o algo así de cursi. Eventualmente me di cuenta de que nada cambió, excepto el nuevo aire de ligereza en la casa.

b. Los investigadores de la policía investigaron rebuscadoramente los escombros pistolezcos del regicidio –patricidio–, invocando pistas a cada momento, como a un fantasma. El fantasma pistero se apareció a las dos de la mañana cuando el tío, embriagado de mezcal barato, gritó embriagadamente por la calle de Santa Cruz esquina con Bruselas a los cuatro vientos su arrepentimiento patricida. El otro tío, mayor por una pentada de minutos, tomó su brazizquierdo para regresarlo a la casa. Pero el daño se había echado a la mar de las sospechas y el remordimiento remolínico truncó los mareos de la sospecha en la que nadaban los habitantes de la casa –mar: mareo. No es una mera coincidencia– sospechosamente, pero nunca dijeron nada al respecto mientras guardaban silencio al respecto. Chin.

c. fluye-fluye-fluye el tiempo vigorizante de los rebeldes sin causa como un río que en el sesenta-y-ocho frena su cauce ante una presa pero no hablo al respecto sino que desvarío acerca de un tema que no tengo claro. Por años trataré de sobreponerme a la camisa de fuerza como a la muerte del padre y el abandono de la madre y los tíos adolescentes que ya no son míos y la sensación de que siempre estaré sólo atado en una camisa de fuerza en este hospital de paredes verde-pistache y olor a estignina y acetileno por las noches y los gritos de los otros locos y yo no estoy loco pero si grito demasiado viene la aguja y sueño despierto ante las ruidosas manecillas del reloj que marcan el tiempo que como río fluye-fluye-fluye

d. Pero ahora hablaré del sesenta y ocho. Mi padre siempre se expresó con severidad –más de la acostumbrada– acerca del movimiento estudiantil. Cuando ocurrió la matanza, él supo de primera mano el verdadero número de estudiantes encerrados –sin juicio– en el palacio de Lecumberri. Más aún, él sabía cuántos fueron asesinados o desaparecidos y, en algunos casos, quiénes eran. Pero casi nunca hablaba al respecto; siempre guardó silencio y yo no supe de esto hasta que murió y encontré un diario en su despacho.

De ahí al gusto.
JLC

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