I
—¡Señor Presidente, Señor Presidente! —entró a la oficina presidencial un pelele con toda la pinta de secretario particular, pegando de gritos y dando un portazo.
—¡Dios mío! ¡¿Pero qué escándalo es ése?! —se quejó Felipe Calderón, cuya apacible siesta sobre su silla presidencial ergonómica y reclinable, tipo reposet, había sido interrumpida de forma brutal—. ¡¿Cómo te atreves a despertar de esa forma al primer ciudadano de este país del tercer mundo, que resulta ser el segundo lugar en obesidad y el décimo sexto en crecimiento?! ¡Ya es la quinta vez que me pasa esta semana!
—¡Pero es que… Señor Presidente!
—¿Es que qué? Anda, habla ya, que tengo que preparar mi discurso para el homenaje a Raúl Velasco.
—¡El secretario Mouriño!
—¿Qué con el secretario Mouriño? ¡No me digas que me va a cancelar el póquer del jueves otra vez! ¡Si es la única noche de la semana que Margarita me deja ver a los cuates!
—¡No, señor! ¡Su avión se ha caído!
—¡¿Se cayó?! ¡¿Cómo que se cayó?!
—Se cayó.
—¿Se cayó de dónde, quién se cayó?
—El avión. Se cayó. Volaba: shhhhhhhhhhhhhhhh… y ¡crack!... y tzzzzzzzzzzzrrrr… y ¡mocos!
—Pero, ¿qué dices?
—¡Que se dio en la madre el secretario Mouriño en su avión! Parece que nadie sobrevivió.
—¡Cielo santo! ¿Y el secretario Carstens?
—¿Qué hay con el secretario Carstens?
—¿Iba en el avión?
—P… pero… ¿qué? No. No iba. ¿Por qué habría de ir en el avión?
—Digo… se cayó… Yo supuse que… ¿Y en qué avión volaba?
—Un Learjet 45, señor.
—De Aviacsa, por lo visto… Bueno, en fin. ¡Que reúnan al gabinete! ¡Esto es una emergencia nacional! ¡Si yo siempre lo he dicho: los aviones son un peligro para México!
—Sí, señor Presidente —se va el pelele. Calderón queda solo y pensativo.
—¿Y ahora, quién podrá ayudarme?
II
Había anochecido. Aquel tenebroso castillo, en lo alto de escarpadas colinas e infestado de telarañas y murciélagos, conocido como Los Pinos, surgía de entre las tinieblas sólo con los relámpagos que producía la terrible tormenta que azotaba esa noche a
El ambiente en torno a la mesa del gabinete era más bien lúgubre. Los altos mandos del Estado mexicano se miraban las caras largas, nerviosos, por lo que uno de ellos, cubierto de pelo, con orejas puntiagudas y feroces garras, literalmente un viejo lobo del partido, encendió un puro.
—Es para los nervios —dijo.
No le duró mucho el gusto, puesto que casi enseguida el humo provocó la tos del enjuto hombre al lado suyo, otro viejo lobo del partido; mucho, mucho más viejo, al grado que estaba ya cubierto con vendas y tenía que untarse mirra dos veces al día.
—Don Luis, ¡ni aguanta nada! Yo le dije que esa huelga de hambre no le iba a sentar bien…
—Diego, por favor. Ésta ciudad ya está libre de humo. Apágalo —le encomió el secretario de salud, un mutante impresentable, de esos salidos de ProVida.
—¡Ah, patrañas amarillas!
—¿Por qué no mejor tomamos un refrigerio? —sugirió la secretaria Vázquez Mota, una mujer de enorme nariz y piel verde con verrugas, que traía un sombrero cónico de ala ancha, vestido negro y calcetas de rayitas rojo y blanco.
—¡Buena idea! ¡Manuelito, Manuelito! ¡Trae las bebidas! —ordenó el del puro.
En efecto, poco después entró un engendro horrible y jorobado empujando el carrito de las bebidas. El secretario Carstens, por ejemplo, recibió su preferida: medio litro de sangre O+, con lo que no tardó en frotarse las manos, relamerse las comisuras de los labios, colocarse un babero del tamaño de una sábana Queen size e hincarle sus hacendarios colmillos al tarro.
—¡Si serás estúpido, Espino! —increpó
—Calma, calma ya, Elba, que viene el Presidente.
—De pie todos —ordenó el secretario pelele. Todos cuantos estaban en la habitación se pusieron en pie al entrar Calderón, de traje y corbata negras. Subió un banquito, primero, y luego dio un salto hasta su silla presidencial-reposet.
—Damas, caballeros y demás —se dirigió a ellos el Presidente, en el tono pomposo y pedante que acostumbra—: hoy, este gobierno y este país han sufrido una terrible tragedia. El avión en el que viajaba el secretario de gobernación, Juan Camilo Mouriño, se estrelló…
—¡Terrible, terrible, señor Presidente! —le interrumpió, con todo respeto, la momia—. ¡Si ya le había dicho yo que no quitara la imagen de
—…como les decía —continuó Calderón—…esto ha sido terrible para todos nosotros, pero no olvidemos que ha sido aún más doloroso para…
—¡La familia Mouriño!
—Luis, cállate ya. Deja de interrumpir al Presidente.
—Gracias, Diego. Como les decía…
—¡Además estás equivocado, Luis! —el Jefe Diego dio un manotazo sobre la mesa—. Ha sido aún más doloroso para el partido. ¡Ya nos quedamos sin delfín para el 2012!
—¡Claro! —intervino
—¡Ay no, Josefina! —se quejó el secretario de salud—. ¿Con esas orejas?
—¡Por eso digo yo que hay que cargárselos a todos! —alzó la voz el general Orangután, a lo que siguió un silencio incómodo.
—El caso es que —prosiguió Felipe—, hasta que no hallemos las cajas negras, no podemos tener certeza de nada…
—¡Y como no hay certeza de nada, no hay ni un minuto que perder! ¡Por eso digo que hay que cargárselos a todos! —de nuevo el general y de nuevo el silencio, hasta que lo rompió
—¿Y por qué les dicen cajas negras?
—De hecho, son anaranjadas.
—Entonces, ¿por qué se llaman cajas negras en vez de cajas anaranjadas?
—¡Anaranjadas o no, hay que cargárnoslos!
—¡Y dale! ¿A quién hay que cargarse, general? —preguntó la momia.
—¡A los que haga falta, sin importar el costo!
—General… —se dirigió a él el Jefe Diego, afable— …usted sabe cuánto respeto tengo yo por las heroicas fuerzas armadas de nuestro país, pero, como asesor político de este gobierno, tengo que poner sobre la mesa las repercusiones políticas que su ‘cargárnoslos a todos’ pueden tener para esta administración y para el partido…
—Y para México.
—Ah, sí, también para México. Mire usted, general: nos acabamos de quedar sin un candidato viable para las próximas elecciones y puede que su solución a esta crisis implique aún mayores problemas…
—Bueno, todo depende de cuántos haya que cargarse, ¿no? —preguntó el secretario Carstens—. Digo, por eso de que no hay que salirse del presupuesto. Incluso podríamos hacer outsourcing. ¿Como de cuántos estamos hablando, general?
—Diez, cincuenta, cien, mil, un millón, diez millones… ¡los que hagan falta! ¡Culeros malnacidos!
—¿Ven lo que digo? No tenemos candidato y, me temo, que cargarse a diez (¡qué digo diez, a cinco!) millones de mexicanos, le dé al PRI o al PRD la ventaja en las elecciones del 2012…
Justo en medio de esta discusión, sonó el teléfono. Todos guardaron silencio y voltearon a ver el aparato frente a Calderón. Éste descolgó el auricular y tomó la llamada.
—¿Sí? Ya. Correcto. Sí. Ya veo. De acuerdo —y colgó. Todas las miradas se posaban sobre él—. Mouriño está vivo. ¡¡¡Está viiiivoooo, viiiiiiiiiiiiiivoooo!!!
—¡¿No murió entonces?!
—No.
—¡Estamos salvados, salvados! ¡Puede que sí alcancemos otro sexenio! Ya luego, Dios dirá…
—Eh, disculpen… —todos callaron, expectantes de lo que Calderón estaba a punto de decir— …pero hay un problema. El concurso de belleza no sucederá.
—¿Se refiere a las elecciones, señor Presidente?
—Sí, las elecciones. El secretario Mouriño sufrió numerosas quemaduras y su rostro quedó desfigurado.
—¡Oh, no! ¡Eso es el fin! —rompió a llorar la secretaria de educación—. ¡Nadie tan feo puede sobrevivir en la política mexicana!
—¡Yo no diría eso…! —al abrir la boca, todo el mundo volteó a ver a
—¡Eso fue hace muchos años! ¡Eran otros tiempos!
—No, no, esperen… Creo tener la solución… —el Jefe Diego se mesaba la barba y miraba al techo, pensativo. Llamó a Quasimodo Espino y le susurró algo al oído. Instantes después, un hombre regordete, con poco pelo rubio y malévolos ojos azules, de lentes y bata blanca, entró en la sala del gabinete—. Señor Presidente, colegas del partido, les presento al doctor Karl Rove, el mayor genio político desde Henry Kissinger.
—Oh, Diego, please… te excedes en tus comentarious… Desde Maquiavelo.
—Es el mayor asesor del Partido Republicano. Él se encargó de llevar a
—¡Por two mandatous!
—¡Oh, Diego! ¡Nos has salvado! —Calderón brincaba de emoción— ¡Si logró que eligieran a Dubbya, hasta la novia de Frankenstein puede ser Presidente!
—¡Hey, Felipe, que no me llevo así contigo!
—Lo siento, Elba. Nada personal.
III
Junio de 2012, un spot de televisión, en que se ve un ama de casa lavando la ropa. Voz en off: ‘Oye, ¿y tú quieres que le llegue la droga a tus hijos?’ Ama de casa: ‘Pus, pus… no’. Voz en off: ‘¡Pues qué bien! Porque si no estás con nosotros, estás con el narco, ¿me oíste? Por eso, este 1º de julio, vota por Mouriño, que casi pierde la vida y quedó todo feo y chamuscado por salvarte a ti y a tu familia del Eje del Mal: el narco, el Peje, Chávez, Bin Laden, Hussein (q.e.p.d.), los zetas…’.
IV
Tras la victoria electoral del PAN en 2012 y la toma de protesta del Presidente Mouriño, quien perdió la mano derecha durante los honores a la bandera, estos fueron los encabezados de los periódicos:
Reforma: ‘Cárgase a todos Mouriño’.
El Universal: ‘Mouriño logra que la droga no le llegue a tus hijos’.
Milenio: ‘Firma Azcárraga compra de UNAM’.
V
El cielo.
—¿Cómo ves al partido, Manolo?
—Pues ya ni te digo, Carlos. Yo no viví para ver el triunfo del dos mil. Tú apenas si alcanzaste. Pero quién diría a lo que llegarían las cosas… ¡Y te culpo a ti!
—¿A mí?
—Sí, a ti, yucateco cabezón.
—¿Y yo por qué?
—¡No me salgas con esa frase de entre todas! Con esa frase se jodió la cosa, precisamente.
—Bueno, carajo, Manuel, ¿pero por qué chingaos tengo yo la culpa?
—¡Tú fuiste el maestro y mentor de Felipillo!
—¡Ah, chingá! ¡Y ahora es mi culpa! ¡Si yo me salí del partido y luego, luego, me morí!
—¡Pues tiene que haber un culpable! ¡Mira nomás a nuestro PAN! ¡Si hasta parece el PRI de los setentas, pero sin guayaberas!
—Pues sí… pué que hasta haya tenido razón Abascal y hubiera sido mejor postular al gobernador de Jalisco en 2006…
—¿Acuña o Emilio?
—¡Sandoval!
—Oí mi nombre, ¿me hablaban?
—No, tocayo… Puros lamentos de panistas muertos, que cada vez somos más.
—Bueno, pero ya déjense de eso. Vamos al rosario con Clouthier y los Morfín.
—¿Rosario? ¡Si ya estamos en el cielo, para qué el pinche rosario, Abascal?
—Es que, como bien dijiste, hay muchos nuevos, aunque no son panistas. Fíjate que llegaron todos los del PRD, Convergencia y el PT, menos Juanito, que, ya ves, ahora es Jefe de Gobierno.
—Pus vamos rezando, que es gerundio…
fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario